El Oso
Garry y la Navidad Perdida
En lo
profundo del Polo Norte, Garry, un oso polar grande y peludo, trabajaba en la
famosa fábrica de juguetes de Papá Noel. Garry no era el más hábil, pero sí el
más entusiasta. Su especialidad eran los trenes de madera, aunque sus
compañeros siempre se reían con cariño de su torpeza. A veces clavaba las
ruedas al revés o pintaba los vagones de colores equivocados, pero su corazón
estaba siempre lleno de buenas intenciones.
Un día,
mientras la fábrica bullía con la actividad frenética de la temporada, ocurrió
algo terrible: el Cristal de Alegría, que alimentaba la magia de la fábrica,
comenzó a perder su brillo. Sin él, las máquinas dejaron de funcionar y los
elfos quedaron paralizados.
Papá Noel
convocó a todos.
—El Cristal
de Alegría se apaga porque en el mundo falta espíritu navideño. Sin esa
energía, no podremos completar los regalos. Necesitamos la Estrella del
Espíritu, oculta en el Bosque de los Recuerdos, para restaurar el cristal.
Los elfos se
miraron entre sí, inquietos. El bosque era un lugar lleno de magia impredecible
y pruebas desafiantes. Nadie se ofrecía para la misión. Fue entonces cuando
Garry, con una mezcla de nervios y valentía, levantó su pata.
—¡Yo iré!
Un murmullo
recorrió la sala. Garry era conocido por su torpeza, pero su valentía era
innegable. Papá Noel sonrió y colocó una bufanda roja alrededor del cuello del
oso.
—Confío en
ti, Garry.
El Viaje al
Bosque de los Recuerdos
El camino
hacia el Bosque de los Recuerdos estaba cubierto de nieve brillante. Garry
llevaba consigo un mapa, un saco de galletas y su fe en que podía cumplir la
misión. Al llegar, el bosque lo recibió con sus árboles altos y hojas que
parecían susurrar. Aunque era hermoso, el lugar tenía algo inquietante.
La primera
prueba fueron los Charcos de la Duda. Cada vez que Garry se acercaba, las aguas
reflejaban sus errores pasados: los juguetes que arruinó, los trenes mal
pintados, los días en que tropezaba con los elfos. Una voz salía de los
charcos:
—Eres torpe,
Garry. No eres el oso indicado para esta misión.
Garry sintió
que las lágrimas querían salir, pero recordó las palabras de Papá Noel.
—Puede que
me equivoque, pero nunca me rindo.
Con
determinación, cruzó los charcos y siguió adelante.
La segunda
prueba fueron los Espejos del Olvido, que colgaban entre los árboles. Cada uno
mostraba imágenes confusas diseñadas para distraerlo: montañas de caramelos,
trenes perfectos que nunca construyó, y momentos en los que deseaba rendirse.
—No te
olvides de tu misión, Garry —se dijo a sí mismo. Cerró los ojos, pensó en los
niños esperando sus regalos, y logró avanzar.
Finalmente,
llegó al centro del bosque, donde encontró la Estrella del Espíritu flotando en
un pedestal de hielo. Su luz era cálida y reconfortante, como un abrazo. Cuando
Garry se acercó para tomarla, una voz profunda habló:
—¿Por qué
buscas mi poder?
Garry
respondió con sinceridad:
—Porque la
Navidad es importante. Es el momento en que las familias se unen, los niños
ríen y todos recuerdan lo bueno del mundo. No quiero que nadie pierda eso.
La Estrella
brilló intensamente y permitió que Garry la tomara.
El Regreso
al Polo Norte
Con la
Estrella del Espíritu en sus patas, Garry corrió de regreso a la fábrica.
Estaba cansado y cubierto de nieve, pero su corazón latía con fuerza. Al
llegar, todos los elfos lo esperaban ansiosos, junto a Papá Noel.
—¡Lo logré!
—exclamó Garry mientras colocaba la estrella junto al Cristal de Alegría.
En ese
instante, el cristal recuperó su brillo y la fábrica se llenó de luz y magia.
Las máquinas comenzaron a funcionar nuevamente, y los juguetes volvieron a
salir como por arte de magia. Los elfos vitorearon, y Papá Noel abrazó a Garry
con fuerza.
—Sabía que
podías hacerlo, amigo —dijo Papá Noel con una sonrisa.
Esa noche,
mientras Papá Noel partía en su trineo para repartir los regalos, Garry miró el
cielo estrellado y se sintió lleno de orgullo. Descubrió que, aunque era un
poco torpe, su valentía y su bondad habían salvado la Navidad.
Desde
entonces, cada año, los trenes de madera de Garry llevaban una pequeña estrella
pintada a mano, un recordatorio de que incluso
los más
torpes pueden hacer cosas extraordinarias.
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