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miércoles, 15 de enero de 2025

CUENTO DE NAVIDAD DE DAVID MUÑOZ ALCOLEA.

 

El Oso Garry y la Navidad Perdida

 

En lo profundo del Polo Norte, Garry, un oso polar grande y peludo, trabajaba en la famosa fábrica de juguetes de Papá Noel. Garry no era el más hábil, pero sí el más entusiasta. Su especialidad eran los trenes de madera, aunque sus compañeros siempre se reían con cariño de su torpeza. A veces clavaba las ruedas al revés o pintaba los vagones de colores equivocados, pero su corazón estaba siempre lleno de buenas intenciones.

 

Un día, mientras la fábrica bullía con la actividad frenética de la temporada, ocurrió algo terrible: el Cristal de Alegría, que alimentaba la magia de la fábrica, comenzó a perder su brillo. Sin él, las máquinas dejaron de funcionar y los elfos quedaron paralizados.

 

Papá Noel convocó a todos.

—El Cristal de Alegría se apaga porque en el mundo falta espíritu navideño. Sin esa energía, no podremos completar los regalos. Necesitamos la Estrella del Espíritu, oculta en el Bosque de los Recuerdos, para restaurar el cristal.

 

Los elfos se miraron entre sí, inquietos. El bosque era un lugar lleno de magia impredecible y pruebas desafiantes. Nadie se ofrecía para la misión. Fue entonces cuando Garry, con una mezcla de nervios y valentía, levantó su pata.

—¡Yo iré!

 

Un murmullo recorrió la sala. Garry era conocido por su torpeza, pero su valentía era innegable. Papá Noel sonrió y colocó una bufanda roja alrededor del cuello del oso.

—Confío en ti, Garry.

 

El Viaje al Bosque de los Recuerdos

 

El camino hacia el Bosque de los Recuerdos estaba cubierto de nieve brillante. Garry llevaba consigo un mapa, un saco de galletas y su fe en que podía cumplir la misión. Al llegar, el bosque lo recibió con sus árboles altos y hojas que parecían susurrar. Aunque era hermoso, el lugar tenía algo inquietante.

 

La primera prueba fueron los Charcos de la Duda. Cada vez que Garry se acercaba, las aguas reflejaban sus errores pasados: los juguetes que arruinó, los trenes mal pintados, los días en que tropezaba con los elfos. Una voz salía de los charcos:

—Eres torpe, Garry. No eres el oso indicado para esta misión.

 

Garry sintió que las lágrimas querían salir, pero recordó las palabras de Papá Noel.

—Puede que me equivoque, pero nunca me rindo.

 

Con determinación, cruzó los charcos y siguió adelante.

 

La segunda prueba fueron los Espejos del Olvido, que colgaban entre los árboles. Cada uno mostraba imágenes confusas diseñadas para distraerlo: montañas de caramelos, trenes perfectos que nunca construyó, y momentos en los que deseaba rendirse.

—No te olvides de tu misión, Garry —se dijo a sí mismo. Cerró los ojos, pensó en los niños esperando sus regalos, y logró avanzar.

 

Finalmente, llegó al centro del bosque, donde encontró la Estrella del Espíritu flotando en un pedestal de hielo. Su luz era cálida y reconfortante, como un abrazo. Cuando Garry se acercó para tomarla, una voz profunda habló:

—¿Por qué buscas mi poder?

 

Garry respondió con sinceridad:

—Porque la Navidad es importante. Es el momento en que las familias se unen, los niños ríen y todos recuerdan lo bueno del mundo. No quiero que nadie pierda eso.

 

La Estrella brilló intensamente y permitió que Garry la tomara.

 

El Regreso al Polo Norte

 

Con la Estrella del Espíritu en sus patas, Garry corrió de regreso a la fábrica. Estaba cansado y cubierto de nieve, pero su corazón latía con fuerza. Al llegar, todos los elfos lo esperaban ansiosos, junto a Papá Noel.

 

—¡Lo logré! —exclamó Garry mientras colocaba la estrella junto al Cristal de Alegría.

 

En ese instante, el cristal recuperó su brillo y la fábrica se llenó de luz y magia. Las máquinas comenzaron a funcionar nuevamente, y los juguetes volvieron a salir como por arte de magia. Los elfos vitorearon, y Papá Noel abrazó a Garry con fuerza.

 

—Sabía que podías hacerlo, amigo —dijo Papá Noel con una sonrisa.

 

Esa noche, mientras Papá Noel partía en su trineo para repartir los regalos, Garry miró el cielo estrellado y se sintió lleno de orgullo. Descubrió que, aunque era un poco torpe, su valentía y su bondad habían salvado la Navidad.

 

Desde entonces, cada año, los trenes de madera de Garry llevaban una pequeña estrella pintada a mano, un recordatorio de que incluso

los más torpes pueden hacer cosas extraordinarias.

 

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