Érase una vez, hace mucho
tiempo, una isla en la que había un pueblecito. En ese pueblecito vivía una
familia muy pobre. Cuando estaba próxima la Navidad, ellos
no sabían cómo celebrarla sin dinero.
Entonces el padre de la familia
empezó a preguntarse cómo podía ganar dinero para pasar la noche de Navidad
compartiendo un pavo
al horno con su familia, disfrutando de la velada junto al fuego.
Decidió
que ganaría algo de dinero vendiendo árboles de Navidad. Así,
al día siguiente se levantó muy temprano y se fue a la montaña a cortar algunos
pinos.
Subió a la montaña, cortó cinco
pinos y los cargó en su carroza para venderlos en el mercado. Cuando sólo quedaban
dos días para Navidad, todavía nadie le había comprado
ninguno de los pinos.
Finalmente, decidió que puesto
que nadie le iba a comprar los abetos, se los regalaría a aquellas personas
más pobres que su familia. La gente se mostró muy agradecida
ante el regalo.
La noche de Navidad, cuando regresó a su casa, el
hombre recibió una gran sorpresa. Encima de la mesa había un pavo y al lado un
arbolito pequeño.
Su esposa le explicó que alguien
muy bondadoso había dejado eso en su puerta.
Aquella noche el hombre supo
que ese regalo tenía que haber sido concedido por la buena obra que él había
hecho regalando los abetos que cortó en la montaña.
FIN
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